Cada día, Susana Echevarría y yo misma, escuchamos muchas experiencias de mujeres y las asistimos psicológicamente en el proceso de divorcio con hijos e hijas. En este acompañamiento, evolucionamos en la necesidad profesional y personal de darle voz a las otras partes del sistema familiar con la intención de comprender mejor la complejidad de los conflictos.
Estábamos decididas a encontrar «clicks» para ayudar a las mujeres en su intención de cambiar la mirada dentro de ellas mismas y tomar la iniciativa para ser más conscientes en el devenir de sus vidas. Al mismo tiempo, sabíamos por experiencia que facilitar la transformación y reconexión con su lado interno más positivo no es algo que se logre rápidamente de un día para otro. No es instantáneo como pasar el dedo sobre las aplicaciones móviles o deslizar la tarjeta de crédito sobre el TPV. Esto, como psicólogas, nos parece algo básico de entender. Aún así, nos enfrentamos a situaciones cotidianas en las que se necesita una puntualización.
Si quieres cambiar tu vida es menester buscar la oportunidad, al menos dándote permiso y ofreciéndote un espacio para ello, poniendo la mejor de tus intenciones. Y es por esta razón que dedicamos una cantidad considerable de tiempo a discernir en nuestras sesiones reflexivas de equipo, en las cuales hablamos sobre cómo y cuándo introducir nuevos ejercicios y actividades para enseñar a recalcular la ruta hacia la reconexión con el lado interior más positivo, en un proceso de cambio personal.
Escuchándolas y acompañándolas, las mujeres describen que la experiencia de pasar por un divorcio es como percibir que se acerca una gran tormenta, no lograr bajar al sótano para estar a salvo y ser absorbidas por un tornado estilo Kansas donde todo está girando a lo grande en el aire. Intentas mantenerte en equilibrio y consciente, pero no es nada fácil ni evidente. Mientras giras sin parar, atrapada por la fuerza centrífuga, ves también atrapados en el tornado tu casa, tu coche, tu perro, tu familia de origen, tu familia política, tus cuentas bancarias, tus recuerdos, tu expareja, generalmente vista ahora transformada en una bruja volando sobre una escoba o un hechicero con su marmita. Y lo más importante, los hijos y las hijas, dando vueltas y vueltas, haciendo grandes esfuerzos por encontrar una mano adulta, de verdad, donde agarrarse entre la confusión y la desesperación de la supervivencia emocional.
Y así, contemplando y ayudando a afrontar los tornados de las mujeres nos dimos cuenta de que el foco, en el proceso de divorcio, así como en el proceso de recuperación había que centrarlo en el máximo interés de los niños y las niñas. Involucrando y comprometiendo a los progenitores en su cuidado sobre cualquier otra cuestión.
Después de tener clarísimo este objetivo, decidimos cogernos de las manos y saltar juntas a algún lugar más alto sobre el arco iris. Era cuestión de tiempo encontrar el camino de ladrillos amarillos y andar hacia nuestro objetivo. Así que nos inscribimos en un curso de especialización en Coordinación de Parentalidad. ¡El “click” brotó de manera natural!
Hoy en día, desarrollando una orientación centrada en los niños y las niñas, explicamos y entrenamos a los padres y madres en proceso de divorcio a tomar conciencia de cómo sus decisiones y su conflicto tienen una influencia e impacto directos en la recuperación emocional de los hijos y las hijas. Del mismo modo que invertir en su crecimiento personal será muy beneficioso para todos los miembros de la familia.
Comprometerse en un estilo de separación cooperativa es un poderoso legado de habilidades y competencias que pueden enseñar a sus hijos e hijas para futuras experiencias de vida. Y el/la Coordinador/a de Parentalidad tiene un rol fundamental para velar por ese tipo de compromiso.
Como profesionales, somos conscientes de que aún queda un largo camino por recorrer en España para forjar la figura y presencia del Coordinador y la Coordinadora de Parentalidad. Pero, ¡toc! ¡toc! Ya estamos aquí y nos vamos a quedar.
Elena Lapiedra
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